El cántico corporal de Rafael Navarro

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Ángel Guinda

A world lost, a world unsuspected, beckons to new places…
William Carlos Williams



El arte de la fotografía raya el prodigio de la gran quimera: parar el tiempo. Un arte sinestésico: voz de la mirada, oído hacia la manifestación del silencio, tacto del resplandor.

La poética visual de Rafael Navarro ha sido, es, un cántico corporal, una aproximación al espíritu de la sensualidad exquisita, una profunda lectura de las superficies.

Más allá del estatismo, del momento muerto en lo congelado por el disparo fotográfico, late lo inquietante de toda revelación. Más allá de la obsesiva quietud, Navarro indaga ahora la inquietud de lo inmóvil, el cariz paradójico de la creación fotográfica: su efecto oxímoron, ese momento vivo propiciado por el objeto-sujeto en movimiento.

Así, el viaje observación / percepción / recepción / representación, más que movernos desde el placer de la nostalgia, nos conmueve a la reacción por el deseo en un proceso de transformaciones. De un lado, el paso plástico de la figuración a lo neofigurativo y su trasvase a la abstracción, a lo sublime. De otro, la memoria, inhibida, activa la imaginación.

¿Qué encuentro aquí buscar: la geometría de la seducción, el contoneo de los flujos, el jardín del esplendor y de la ruina? Más: la carnalidad del éxtasis; equidistancia entre la transparencia, lo visible y lo invisible.

En cada bloque de espacio, en cada cuerpo fragmentado, hay un bloque de tiempo, triza esculpida de la eternidad. El talento óptico de estas fotografías estalla en tenebrismo como un hielo negro herido por el sol.

Contemplo, toco, huelo este cuerpo en su exceso de llamas que nos llaman. Este cuerpo que es el exceso de su alma. Gozo, sorbo la voluptuosidad, el más vivir en el expansivo instante del entonces, tan vivo que se diría arrebatado al antes y al después. Y pienso, como pensó Roland Barthes al mirar el retrato de su madre niña, en la catástrofe; porque toda belleza es un anuncio secreto de la muerte.

Se canta con la exaltación del silencio interior. El silencio es un elemento mágico en la fotografía.

La obra de Rafael Navarro contiene un silencioso diálogo con el mundo de la piel como metáfora de la piel del mundo, de esa vagarosa membrana sexuada bajo la cual bulle la vida y se oculta la muerte.

En esta muestra, tan inefable como misteriosa, el diálogo intensifica su callado decir, su dramatismo, mediante el gesto cinético.

La evolución estilística da otro paso: los cuerpos –que siguen ofreciéndose en detalles– no son ya todos ellos cuerpos decapitados. Algunos tienen cara. Y la desfiguración de su figura en careta, por barrido, intervención o enmascaramiento, transmite connotaciones macabras: rastros de rostro transportado al continuum en su abyecta erosión.

¡Qué morboso baile el baile de la luz y de la sombra con el disco parado del paso del tiempo, a percusión de soledad y a reducida velocidad de obturación! ¡Qué brutal inscripción de los estragos del grito estrangulado en las revoluciones del motor psíquico!

El repetido canto erótico y elegíaco de la presencia que desaparecerá es el icono del encantamiento en La Danza de la Vida y de la Muerte.

Y permanezco ante la maravilla de lo nuevo ideal, que es lo realmente maravilloso.